Los inicios de Bob en el norte de Italia y su vida en Vicenza
"¿Vicenza?
¿Dónde está Vicenza?" Eso le pregunté a un señor que viajaba junto a mí
en el tren que me devolvía a Londres, con mi billete de eurail a punto
de caducar. Volvía de Pistoia, una ciudad pequeña al norte de Florencia
donde había pasado el fin de semana y donde me había enamorado. Después
de viajar por Europa todo el verano, por fin empecé mi viaje a Italia,
sin saber lo que me esperaba. Pero estaba seguro de algo, y es que
ninguna otra gente me había tocado el alma como los italianos que había
encontrado en mis viajes. Bueno, quizá los españoles.
En mi primer viaje fuera de Estados Unidos y recién acabada mi carrera,
me sentía como un pajarillo perdido en el bosque, en búsqueda de algo
que diera sentido a mi vida. Necesitaba que se me diera una segunda
oportunidad y Vicenza valía como cualquier otro sitio. "En Vicenza hay
una base OTAN así que a lo mejor podrías encontrar un trabajo allí y
quedarte por esos parajes " me explicó el señor. Me había pasado el
tiempo tocando la guitarra que me había traído de New Jersey, mientras
intentaba componer una canción acerca de la chica de la que me había
enamorado. Se me había acercado bastante gente, que se me quedaba
mirando boquiabierta. A ellos les parecía un ser extraño, con mi pelo
largo y con mi guitarra, pero la misma impresión me causaban ellos a mí,
pues en mi tierra la gente no se me hubiera acercado, al contrario. Pero
en la Italia de los años 80 las cosas eran muy diferentes de donde había
nacido yo, la gente quería saber, compartir mi historia.
Se lanzaron enseguida a preguntarme cosas sobre mi vida, intentando
descubrir cómo era yo y qué era lo que ocasionaban las grandes lágrimas
que me rodaban por las mejillas. "Me encantaría quedarme aquí, en
Italia" les dije, "pero ya no me queda nada de dinero, mi eurail caduca
pasado mañana y tengo que volver a Londres para coger el avión y
regresar a casa." Ya me había resignado a tener que volver a Estados
Unidos y empezar una “vida normal”. "Mira" me dijo el señor, "te pago
esta noche un hotel y mañana vas a la base militar de Vicenza, la
Caserma Ederle, y mira a ver si te pueden dar un trabajo. Si no
encuentras nada, tienes tiempo suficiente para volver a Londres y coger
el avión ¡Si de verdad quieres quedarte aquí y empezar una vida nueva,
venga, anímate!" Guau! Había pasado mis 22 años en New Jersey y nadie
jamás se había preocupado por mí de ese modo. Lo primero que pensé era
por qué una persona se comportaba de manera tan humana, con tanto
interés en ayudarme, pues yo era un extraño para él. Lo que quería saber
yo era cómo la gente podía ser tan generosa y confiada y cómo me podría
parecer a ellos en el futuro. Se me presentaba una gran oportunidad y
estaba seguro que si decía que no, me iba a arrepentir para toda la
vida.
Seguí el consejo del señor sin saber cómo agradecérselo y me prometí que
algún día comprendería que es lo que lleva a la gente a comportarse como
ese hombre había hecho conmigo. Italia en 1980 era todavía un país
relativamente pobre y no había recibido aún las olas de inmigrantes que
ahora no cesan. Parece que todo el mundo quiere venir a este país, y yo
sé por que, pues a pesar de todos los cambios ocurridos en estos últimos
25 años, Italia sigue siendo un lugar donde se vive de forma sencilla,
serena. Los italianos son espontáneos, tienen sentido del humor y un
profundo sentido de la familia. Es parte de su cultura el deseo de
ayudar a la gente y preocuparse por ellos, como si fueran su familia.
Eso era lo que yo necesitaba en aquel momento, e Italia era el lugar
ideal para empezar de nuevo.
Mi primera experiencia en el mes de septiembre fue recoger uva, bueno… ¡yo
diría que fue comer uvas! No había encontrado trabajo en la base militar
pero me había prometido que de alguna manera lo iba a lograr, no quería
desilusionar al señor que me había ayudado de manera tan generosa. Me
puse a revisar todas las direcciones que había reunido en mis viajes y
descubrí que tenía la de un chico que había encontrado durante mi
estancia en Londres en un lugar llamado "tent city", en East Acton.
Francesco era de Vicenza y así me puse en contacto con él, por si me
podía dar una mano.
Era curioso, pero no sé por qué me costaba mucho ponerme en contacto con
la gente para pedir ayuda, pues tenía la sensación que a lo mejor se
iban a sentir incómodos. Pero lo que descubrí es que realmente no ven la
hora de darte una mano, tendrán sus defectos pero dan todo lo que pueden.
Ya ni me acuerdo de la cantidad de gente que me invitó a comer en sus
hogares o que me ofrecieron una camisa más gorda cuando cambiaba el
tiempo y hacía frío, pero la gente se interesaba por mí y querían estar
seguros de que no me iba a pasar nada. Así, Francesco me ofreció un
sitio para dormir; se trataba de un patio trasero, con una tejavana y
agua corriente. No se trataba de un hotel, claro, pero mi saco de dormir
me iba a proteger por lo menos por otro mes y medio y mientras tanto
podía buscar algo mejor. Acepté su oferta sintiéndome muy agradecido por
tanta generosidad.
Los siguientes meses cambiaron mi vida radicalmente, pues hice muchas
amistades y conocí mejor la ciudad de Vicenza. Francesco sacó de algún
sitio una vieja bicicleta y me la dio, así que aunque Vicenza sea a
medida de hombre y se puede recorrer toda a pie, la bici me facilitaba
la vida. Ya tenía de todo: un sitio donde estar, un par de ruedas, y
dinero para unas cuantas semanas. El día que empecé a recoger uvas hice
amistad con dos chicos de Vicenza que no veían la hora de practicar su
inglés conmigo. Me prometieron que al día siguiente pasarían a recogerme
y así iba a ahorrarme el dinero del billete del autobús. Me pregunté
otra vez qué es lo que yo tenía que despertaba en la gente las ganas de
ayudarme. Lo que sucedió a la mañana siguiente refleja estupendamente lo
que era la gente en Vicenza en 1980.
Aquel día me desperté muy temprano, a eso de las 6:00. Me lavé la cara
con el agua de la manguera y luego me puse a jugar con los perros en el
patio (también ellos hacían parte ya de mi familia), me encaminé hacia
el edificio donde había quedado con mis flamantes amigos. Hacía mucho
frío esa mañana y apenas me puse a soplar en mis manos para hacerlas
volver en calor, se abrió una ventana del segundo piso encima mío. "¿Pero
que hacer ahí abajo?" dijo una voz desde la ventana. Como no sabía mucho
italiano intenté explicar que estaba esperando a mis amigos y pedí
disculpas.. "Perdone, I'm uh...waiting for friends...AMIGOS" (me salió
una de las pocas palabras de español que recordaba de mis estudios en el
instituto). Me puse de pie, pensando que sería mejor que me fuera de
allí, y me puse a dar pequeños paseos. Algunos minutos después bajó una
señora por las escaleras y me ofreció una taza de café caliente. "Cuando
termines, pon la taza ahí " me dijo indicándome dónde tenía que ponerla
¡Me quedé sin palabras, nunca me había pasado nada parecido en New
Jersey! Sí, era verdad, Italia era el lugar ideal para mí, en aquel
mismo momento supe que Italia iba a ser mi hogar.
Vicenza en 1980 era una ciudad pequeña, con tiendas cada pocos metros
dirigidas por familias. Encontrabas lecherías, talleres de bicis,
fruterías y verdulerías, pastelerías…bueno, tiendas de todo lo que se
pudiera necesitar a distancias razonables desde cualquier punto de la
ciudad. Lo que entonces me sorprendió y sigue impactándome es que todos
conocen a todo el mundo, incluso al nuevo chico recién llegado. Había
momentos en que la gente tenía los bolsillos vacíos, pero estaban
dispuestos a darme de comer y ayudarme si lo hubiera necesitado. La
señora que tenía el bar de la esquina junto al patio donde yo dormía,
controlaba conmigo todos los días los anuncios por palabras para
descubrir las ofertas de trabajo y nunca me cobró los cafés con leche
que allí tomaba. Mi italiano no era muy bueno pero comunicábamos lo
mismo, incluso con gestos.
A finales de septiembre tuve la buena suerte de conocer a una familia
que se convertiría en mi 'mamá y mi papá’ aquí en Vicenza. Cuando
Francesco me presentó a un amigo suyo del instituto que se llamaba
Antonio, éste comprendió enseguida que lo que yo necesitaba era una
buena comida. "Ven a mi casa a comer " me dijo, "son órdenes del doctor
". El padre de Antonio era doctor y él (Antonio) era hijo único. La
verdad fue que aunque había comido de maravilla muchas veces desde mi
llegada a Italia, nunca la comida me había sabido tan rica como en la
casa de Antonio. Les caí en gracia enseguida a mamá y a papá y los tres
me miraban encantados mientras yo devoraba todo lo que me ponían delante.
"¡Come, come, que es bueno para ti!" mamá decía mientras Antonio me
traducía "eat eat, it is good for you". Después de comer Antonio sacó su
guitarra y cantamos juntos unas cuantas canciones. Era una familia que
necesitaba a otro hijo, y yo necesitaba otra familia.
Como no me sentía a gusto llamándolos por sus nombres de pila, les pedí
permiso para poder llamarles mamá y papá. Y a partir de aquel día, tuve
una familia aquí, con mamá que me decía: “ven a comer todos los días que
quieras”, y además me dio una toalla y me dijo que fuera a ducharme a su
casa todas las veces que quisiera. Aunque disponía de agua corriente en
el patio trasero, era un lío lavarme. Cuando llovía el patio se llenaba
un poco de barro y a los perros les encantaba ponerme sus patas encima
en cuanto volvía. Un día papá me llevó aparte y me metió un poco de
dinero en el bolsillo "ahora te vas a comer una pizza ". A esta familia
le encantaba dar, les hacía feliz. Años después, cuando compré mi primer
piso, papá se ofreció a prestarme la cantidad que necesitaba (que no era
poco) para firmar por fin las escrituras. "Papá" le dije, "no sé cómo
agradecértelo ". "No importa", me contestó mientras mamá a su lado me
miraba sonriendo, "queremos que tengas un 'hogar'." Fue una sorpresa y
yo no tenía palabras para darles las gracias por la confianza que habían
puesto en mí, y les prometí que serían las primeras personas a las que
devolvería el dinero una vez que hubiera podido ahorrar algo. Me
contestaron: "No, este es nuestro regalo".
No obstante Vicenza haya sufrido muchos cambios a lo largo de estos años,
tanto el corazón como el alma de sus habitantes siguen siendo los mismos.
Ahora hay grandes centros comerciales alrededor de la ciudad que han
sustituido a las tiendas de una vez, todo el mundo tiene por lo menos un
coche, mientras que en el pasado abundaban las bicicletas. La economía
siguió creciendo en los años 80 y 90 y Vicenza se ha transformado de una
tranquila ciudad casi desconocida en un
centro
importante de oro (en Vicenza tienen lugar tres ediciones al año de la
feria internacional de orfebrería). Esta ciudad ha crecido en habitantes,
pero sigue conservando ese toque de "ciudad pequeña". Se puede recorrer
fácilmente y en tus paseos te encuentras con la gente que conoces. A la
gente le encantan los pequeños placeres de la vida, como beber un café
con el amigo que acaba de saludar. El concepto de 'tiempo' sigue siendo
muy mediterráneo y la gente tiene siempre tiempo para pararse y charlar
un ratito con los amigos y conocidos. A pesar de haber nacido en un país
donde se programa cualquier mínimo evento, disfruto muchísimo con estos
momentos espontáneos y con las oportunidades de encontrar a la gente en
estas ciudades italianas a medida de hombre.
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